domingo, 8 de noviembre de 2009

Las grandezas y miserias del libro digital




Nos vendieron bien la moto. Los más optimistas vaticinaron que estaban contadas las horas de los tradicionales libros de texto. Todo se realizaría en aras de la añorada calidad educativa, bajo el espejismo de que cambiando las formas se puede mudar el fondo y olvidando que, en cuestiones de los seres humanos, solo se produce verdadero aprendizaje si el aprendiz “quiere” realmente aprender. ¡Es tan fácil buscar culpables del fracaso escolar! ¿Por qué no echábamos las culpas al caro, pesado e insufrible libro de texto? Resultaba ahora que además de fomentar el uso de nuevas tecnologías nos cargaríamos al aburrido libro de texto, las familias reducirían el dispendio económico e incluso aliviaríamos a nuestros retoños de carga y peso en sus mochilas.

No pretendo ser aquí un rancio retractor del peligro de lo virtual o digital, cuando esta reflexión la puedo transmitir gracias a las virtudes y potencialidades de una herramienta Web 2.0; sin embargo, quiero que se me permita expresar mi denuncia hacia lo que entiendo como falso optimismo y, especialmente, exceso de improvisación y chapucería que nos suele caracterizar.

Algunos centros educativos participan en un proyecto piloto del Departament d’Educació para introducir el libro digital en las aulas. Esos centros pioneros han realizado o están realizando un esfuerzo de infraestructuras importante: cableado, espacio Wi-Fi (internet sin cable), proyector o pizarra interactiva, ordenador del profesor, etc. Los alumnos que participan en la experiencia ya lucen portátil cofinanciado por la Generalitat al 50%; es decir, dinero de nuestros impuestos: 150 euros de ayuda y 150 euros que tienen que sufragar las familias, sala que en este último concepto se añada una ayuda de 75 euros por parte del Ayuntamiento (de nuevo con dinero de nuestros impuestos).

Mi experiencia es la de un profesor que tiene acceso (identificación y contraseña) a la página web de Digital Text y vengo observando que, para mi extrañeza, la mayoría de las unidades didácticas de mi asignatura están en blanco. Un profesora —permítanme que omita su nombre— aprovechó el turno abierto de palabras del orden del día de la última reunión de nuestro departamento (didáctico) para desahogarse en voz alta por ese hecho. Como yo, se trata de una profesora nueva en el centro, y, al asignársele los grupos de 1º de la ESO, se vio envuelta en un nuevo reto profesional: intuyó incluso alguna de las ventajas, como un seguimiento más preciso y cómodo del trabajo de los alumnos, quienes en teoría encontraría actividades colgadas en la red y un control implícito del tiempo que utilizarían para realizar dichas tareas.

La situación actual de verdadera “chapuza” no tiene justificación (mi madre hubiese dicho “perdón de Dios”). Como estamos inmersos en tiempos en que se destapan vergonzosas tramas de corrupción (Gürtel, caso Millet y Pretroria), el abajo firmante DENUNCIA la sospecha de que en esta “movida” del llamado “libro digital” se han generado sin duda muchos intereses económicos y la evidencia de que se ha monopolizado el tema de contenidos didácticos en una única empresa, Digital Text. Esta denuncia solo se basa en sospechas y, especialmente, en los resultados prácticos. Si al final de todo se demostrara que la Administración ha actuado de buena fe, la ineptitud de la empresa contratada revierte en la ineptitud y en lo desafortunado de la resolución tomada.

Como vemos, en el fondo, como en el caso de la profesora, mi denuncia —en este foro virtual— es apenas un desahogo. No creo que estas líneas sirvan para nada, pero me las estaba pidiendo el cuerpo.