martes, 22 de diciembre de 2009

TRES ROSAS AMARILLAS / RAYMOND CARVER (I)


CARVER, Raymond
Tres rosas amarillas - Anagrama (Panorama de narrativas)
1ª edición, 1989
160 p., 12x19 cm.
ISBN: 84-339-3175-X

He leído el cuento «Tres rosas amarillas» del libro del mismo nombre de Raymond Carver y me quedo con la sensación certera de haber asistido a la lectura de una verdadera obra de arte.

Por ese milagro de las bibliotecas públicas recaló en mis manos la primera edición de la traducción castellana, que la Editorial Anagrama, en su colección Panorama de narrativas, tuvo a bien a publicar apenas unos meses después de la edición original: en 1989. De la información de la página de créditos, compruebo que los relatos incluidos en el libro formaron parte, como «New Stories», de la antología de Raymond Carver Where I’m Calling From (Atlantic Monthly Press, New Cork, 1988) y se publicaron como libro unitario en Inglaterra con el título Elephant and Other Stories (Collins Stories Harvill, Londres, 1988).
Descubro, por tanto, que debió de ser el traductor, Jesús Zulaika, quien propuso el título del libro, con una práctica bastante común de titular las antologías de cuentos con el de la narración que cierra el ejemplar, y que sin ir más lejos me recordó Aeropuerto de Funchal de Ignacio Martínez de Pisón.

Aprendo también que la portada es de un tal Julio Vivas, que aprovecha una ilustración de Pierre Le-Tan. Curiosamente si tuviera yo que proponer cuadros para ilustrar los cuentos de Carver, habría escogido las obras del Pintor Lucien Freud, de quien se dice que «trabaja lentamente, deliberadamente, limpiando su pincel en un paño después de cada movimiento».
Desesperadamente busco en Internet, con la mediación de San Google, una versión original del cuento, en lengua inglesa; pero la Red sólo se apiada de mí para indicarme el título original que propuso el autor: «Errand» (‘recado’), algunas entradas de bitácoras y una ingente información del autor y de su obra.
De la lectura del resto de cuentos del volumen llego a la conclusión de que nuestro «Tres rosas amarillas» o «Recado» es algo excepcional, no solo en términos de calidad literaria sino que constituye una obra diferente del conjunto. Los críticos se afanan en etiquetar a Carver dentro del «minimalismo» y lo consideran el padre del dirty realism o «realismo sucio». Algunos formulan la llamada «polémica Lish», que, en resumidas cuentas, denuncia que el editor Gordon Lish no solo daría consejos a Carver, sino que llegaría a reescribir párrafos enteros de sus cuentos e incluso cambiaría algunos de los finales. Yo percibo en el cuento en cuestión un lujo de detalles, un huir de la sobriedad que caracteriza al resto de su obra, un final cerrado y redondo con salto temporal incluido. Para mí el resto de cuentos de R. Carver, por lo menos los de este volumen, retratan una serie de anónimos perdedores de una sociedad típicamente americana coetánea a la de su autor. Podríamos incluso afirmar que crea ese ambiente permaneciendo impasible e imparcial, sin tomar partido, sin pretender producir emociones, aunque el lector las saca de ese universo fríamente aséptico: limpieza narrativa, de personajes, de espacios, de tiempo, de adjetivos y ausencia de finales. En el cuento que cierra el libro, hay intensidad emotiva: nuestro autor se nos «moja» y enreda los puntos de vista. La complejidad narrativa y técnica es infinitamente mayor en esta obra. Las diferencias son marcadas si nos percatamos que en el resto de cuentos del mejor cuentista norteamericano (estadounidense) de finales del sigo xx predomina la sincronía y aquí vemos diacronía. Lo que resulta evidente, porque vemos una excusa de tema histórico. Además, nadie se preocupa de las fuentes en el resto de relatos de Carver; sin embargo, en nuestro relato existe una fuente indiscutible, una biografía de Chejov obra de Troyat, de cuyo libro Carver «extrajo» todos los detalles históricos e incluso «citas» literales. ¿Se puede hablar de plagio? Por supuesto que no, pero sin duda que la obra analizada es la más madura de las obras del autor, la más postmoderna, la más filosófica, la que incide en el tema metaliterario por excelencia: el de lograr separar la historia de la ficción[1].
Paradójicamente, Carver logra su obra más perfecta y redonda, en el momento que permítanme el juego de palabras en inglés macarrónico— convierte una «short story» en «big History». Él, que hizo de anécdotas verdadera joyas narrativas, da un salto mayor al crear con materiales históricos (contrastables) materia literaria de calidad. Se alcanza lo sublime al lograr superar lo meramente particular: de la anécdota llegamos a una verdad universal.


[1] Para profundizar en el tema, recomiendo la atenta lectura de Media docena de robos y un par de mentiras, de Mercedes Abad, donde la autora ironiza con falsos plagios.

TRES ROSAS AMARILLAS / RAYMOND CARVER (II)



Para mí, la muerte de Chejov no es el tema: es un simple pretexto. Puestos a buscar el tema del cuento de Carver, prefiero quedarme con el título que le dio él mismo, «Errand», y no el «traidor» del traductor: «Tres rosas amarillas». En mi modesta opinión, el título original nos lleva al punto clave para interpretar la obra. Ese «recado», ese encargo que Olga Knipper exige al joven botones del hotel es una metáfora que subyace en toda la obra. El recado o misión, el sentido del deber, lo que nos hace actuar de un modo u otro, incluso en situaciones para las cuales no fuimos invitados constituye la idea principal del relato. El propio Chejov, la noche del 22 de marzo de 1897, cumplió con su deber, el de mostrarse «relajado, jovial» cuando acto seguido «empezó a brotarle sangre por la boca». También el editor Suvorin (y dos camareros) actúa como un perfecto amigo, sin importarle la distancia ideológica. La entereza de Chejov es mayor a través de ojos de Maria, su hermana, que constata la gravedad de la enfermedad del escritor y ambos la disimulan. La visita de Tolstoi, con un salto de dos años, nos muestra de nuevo a dos personajes antitéticos que coinciden en una sincera admiración. La actitud de un Chejov, quien, a diferencia de Tolstoi no creía en una vida futura, frente a la certeza de la muerte inminente, es de una dignidad que maravilla, incluso con la convicción del optimista hasta el último momento y tranquilizando a su hermana. En Badenweiler, la actitud de Chejov, el doctor Schwöhrer, y Olga es ejemplar: un enfermo desahuciado en fase terminal exige una despedida digna con champaña. Me conmovió imaginar la escena de Olga, la más trascendente de la historia, mientras cogió, a solas, la mano de su esposo muerto: «No se oían voces humanas, ni sonidos cotidianos —escribiría más tarde—. Sólo existía la belleza, la paz y la grandeza de la muerte». Y por último, el joven rubio, a quien la Historia le reservó un papel importante, el recado de las pompas fúnebres, mientras él estaba preocupado por recoger el tapón de corcho de la botella de champaña y el jarrón de rosas en las manos; un joven anónimo, de quien Carver dice en un paréntesis, que contradice el credo minimalista: «su nombre no ha llegado hasta nosotros, y es harto probable que perdiera la vida en la primera gran guerra».

He estado pensando en lo supondría para Carver escribir y publicar este cuento en fechas muy próximas a su muerte, conocedor de su cáncer de pulmón y quizás consciente de su próximo final de vida. Sin quererlo, me han venido a la mente los versos de Fernando Pessoa de su Autopsicografia: «O poeta é um fingidor./ Finge tão completamente/ Que chega a fingir que é dor/ A dor que deveras sente».

martes, 8 de diciembre de 2009

La importancia de una coma



Acabo de leer un libro apasionante: Perdón(,) imposible, de José Antonio Millán. No se trata de un libro de ficción, pero sí de aventuras: de la apasionante aventura de “puntuar” textos. Como en toda aventura, podemos llegar a buen fin o sucumbir en el intento. El libro nos muestra que es infinitamente más importante un error de puntuación que una falta de ortografía, de cambio de grafía por ejemplo. Hoy en día, en que las nuevas generaciones, consumidoras del messenger y los mensajes sms, se acostumbran visualmente a considerar inútiles los acentos y las reglas ortográficas, vale la pena que alguien nos recuerde que un texto con errores en los signos de puntuación puede convertirse en ilegible o, peor incluso, que induzca a una interpretación que no se pretendía.

El título proviene de una anécdota atribuida a Carlos V, quien ante una sentencia que tenía que ratificar y que decía así: «Perdón imposible que cumpla su condena», se sintió generoso e añadió una coma, detrás de “perdón”: «Perdón, imposible que cumpla su condena»; con lo cual al reo se le liberaba de la pena. Si la coma se coloca detrás de “imposible” el mensaje es totalmente diferente: «Perdón imposible, que cumpla su condena». Esta misma anécdota se incluye en el libro para niños, ¡Me como esa coma!, del mismo autor con la inestimable colaboración del ilustrador Emilio Urberuaga (el mismo de Manolito Gafotas) y más ingeniosas frases donde una simple coma “ilustra” contextos diferentes. Yo recomiendo la lectura y aprovechamiento de ambos libros.

También yo conocía una frase que sin duda se trata de una leyenda urbana. Yo, sin embargo, la presento como real y afirmo que obligó al diario La Vanguardia a pagar una generosa multa a la Casa Real, pues se trataba de un titular que decía: «PORCIOLES SALUDA AL REY Y VIOLA A LA REINA». La anécdota parte de la homonimia del que llegó a ser alcalde de Barcelona, aunque en la frase sería teniente de alcalde. No quiero perder el tiempo en pensar que probablemente los actuales reyes de España eran príncipes tutelados por el franquismo. Una simple coma habría enmendado la ambigüedad: «PORCIOLES SALUDA AL REY Y VIOLA, A LA REINA».

(En Internet encuentro lo siguiente, que ofrece más visos de verosimilitud: «En el tardofranquismo, cuando ejercía de ministro del Interior Manuel Fraga Iribarne y de alcalde de Barcelona Joaquín Viola –brutalmente asesinado en 1978-, los Reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, visitaron la llamada ciudad condal. Una publicación humorística tituló más o menos de esta forma: “Fraga recibe al Rey y Viola a la Reina”. Sufrió un secuestro».)

También un alumno mío se acordó de que otro profesor le había contado un chiste que ejemplifica la importancia de las comas:

«Un 31 de diciembre, llega la esposa a casa y se dirige a su marido:
—Cariño, ¿te has acordado de felicitar a mi madre por nochevieja, que este año no la pasamos juntos?
—No —contestó su cónyuge, pero acto seguido se levanta decidido del sofá y marca el número de su suegra—: Feliz noche, vieja”»


Material escolar




Podría dar pistas, incluso el nombre de pila y los apellidos del alumno de un instituto de secundaria a quien va dirigida esta entrada de nuestro blog. Tan solo aportaré que se trata de un alumno de origen argentino y tengo la convicción, porque “recién” estuvo en su país, que entenderá este enigma.

«Se trata de un alumno “sortudo”, que, sin utilizar casi nada el lapicero, todas las semanas cambia de "mina"».

domingo, 15 de noviembre de 2009

Interjecciones propias e interjecciones impropias


Juro que nunca me hubiera atrevido a contar este chiste en clase, pero se me ocurrió añadir en el último examen de clase una pregunta en que los alumnos tenían que especificar la diferencia entre “interjecciones propias” e “impropias” y además tenían que aportar un ejemplo para cada uno de los tipos de esa peculiar clase de palabras.

Nadie escribió la solución correcta y a mí me dio rabia, tanta, que me vino a la cabeza una palabra que en castellano designa el órgano genital femenino y que no estaba incluida en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, hasta los titánicos esfuerzos de Camilo José Cela.

La palabra en cuestión suele ser interjección en boca de los hablantes con variados significados pero con cierta especialización en lo negativo, lo que se muestra más evidentemente si cabe en la forma aumentativa: “coñazo”. En efecto, por cierta tendencia misógina que se fosiliza en nuestra lengua, mientras una profesora imparta clases amenas se le llamará “profesora cojonuda” (lo que constituye una aberración contra la precisión anatómica); pero, si sus clases son un muermo, aunque sea profesor, se le calificará como “coñazo”. Utilizamos la palabra especialmente en situaciones de énfasis, de rotundidad; como si usar una palabra “tabú” aportara más fuerza a nuestro discurso. En partes de América, se nos denomina a los de España por esta peculiar interjección, del mismo modo que a los argentinos o a los valencianos los denominamos: “che”.

He aquí el chiste:

En una playa nudista, un “textil” observa descaradamente a una mujer que está con su pareja practicando “el-tomar-el-sol-como-Dios-la-trajo-al-mundo”.

El novio de la chica no aguanta más tanto descaro y le increpa:

—¿Qué coño está mirando?

—El de tu novia —le suelta el mirón.


***

Las interjecciones propias son aquellas palabras (como “¡Ah!, ¡Eh!, ¡Oh!...) que se utilizan sólo como tales; las impropias son palabras léxicas de la lengua que se habilitan como interjecciones.

El chiste, si se entiende, es porque el mirón toma la interjección impropia como un sustantivo común.

Desde aquí vayan mis disculpas: lo soez del chiste solo se justifica por la precisión del ejemplo.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Yeísmo



Creo sinceramente en el valor educativo de los chistes. Esos textos breves pueden llegar a ser verdaderas joyas del ingenio humano. Aprendemos mejor si disfrutamos al hacerlo y nuestra mente tiende a borrar los aprendizajes traumáticos.

Sin duda, un buen chiste —el que nos roba una franca risa cómplice— funciona porque subyacen en él mecanismos de índole lingüística que ponen a prueba nuestra competencia comunicativa.

Leí en mi agenda* del día 6 de octubre el siguiente chiste:

«Un hombre va saltando por la calle y pregunta a otro transeúnte:
—¡Por favor! ¿La calle Saboya?
—No, señor; por mucho que salte, no se abolla.»

La gracia del texto es el equívoco absurdo entre “Saboya” y “se abolla”. El recurso estilístico se llama “calambur” (aquello de «Oro parece/ “plata-no” es/ ¿Qué es?») y si llegamos a confundir un sustantivo con una forma verbal pronominal conjugada es por el “yeísmo”. El yeísmo es un fenómeno fonético que consiste en pronunciar [λ] como [y]. Traducido a grafías, sería pronunciar la palabra “ralla” como “raya”. Actualmente, es una característica de la inmensa mayoría de los hispanohablantes.

Yo mismo, que —por conocimiento de lenguas donde la oposición es claramente fonológica, como para oponer palla a paia en catalán— soy capaz de distinguir la pronunciación de los dos sonidos y artificialmente podría pronunciarlos de manera diferentes, tengo que reconocer que soy yeístas en mis proferencias (orales) espontáneas.

Puedo aportar una anécdota familiar. Mi hija, de 7 años, hizo un dibujo dedicado a su abuela materna, que acaba de sufrir una operación de rodilla. El dibujo iba acompañado de una dedicatoria y vi escrito Llalla. En catalán (y en murciano, variante dialectal del castellano o español), la denominación familiar de “abuela” es iaia [yáyə]**. ¿Ya saben aquello de que «En casa del herrero, cuchara de palo»?

El yeísmo adquiere diferentes variantes en el ámbito hispano. Nos llama la atención la llamada pronunciación “rehilada” (con la lengua curvada) del sonido palatal central [y]. En la variante rioplatense encontraríamos en verdad el “žeísmo” y el “šeísmo”. Pude percibir este hecho en una de mis estancias bonaerenses al visitar la familia. Tenía muy presente entonces en la cabeza la lengua portuguesa y escuche nítidamente la palabra sujo (‘sucio’) cuando en realidad el niño decía “suyo”, ‘de él’. En efecto la pronunciación ha evolucionado: de [y] (a veces sustituyendo a [λ]) a una variante sonora [з] y, a una sorda [∫]. Esta evolución se dio históricamente en la lengua española y en vez de “abella” hoy decimos “abeja”: *apícula (lat. ‘abejita’) > [apíkla] > [apíkla] >[abékla] >[abéhla] >[abéíla] >[abéλa] >[abéзa] > [abé∫a] >[abéxa].

¿Quién dijo que la fonética era un “rollo” (o “royo”)?



* Ha sido un descubrimiento: se llama Agenda etimológica e incluye cada día la etimología de antropónimos, un pensamiento, una oración —que se repite siempre en tres lenguas: castellanas, francesa e inglesa— y un chiste.

** [yáyə] El carácter que no aparece aquí es el de “vocal neutra”, que en el alfabeto de la AFI se representa como una “a” invertida.






Las grandezas y miserias del libro digital




Nos vendieron bien la moto. Los más optimistas vaticinaron que estaban contadas las horas de los tradicionales libros de texto. Todo se realizaría en aras de la añorada calidad educativa, bajo el espejismo de que cambiando las formas se puede mudar el fondo y olvidando que, en cuestiones de los seres humanos, solo se produce verdadero aprendizaje si el aprendiz “quiere” realmente aprender. ¡Es tan fácil buscar culpables del fracaso escolar! ¿Por qué no echábamos las culpas al caro, pesado e insufrible libro de texto? Resultaba ahora que además de fomentar el uso de nuevas tecnologías nos cargaríamos al aburrido libro de texto, las familias reducirían el dispendio económico e incluso aliviaríamos a nuestros retoños de carga y peso en sus mochilas.

No pretendo ser aquí un rancio retractor del peligro de lo virtual o digital, cuando esta reflexión la puedo transmitir gracias a las virtudes y potencialidades de una herramienta Web 2.0; sin embargo, quiero que se me permita expresar mi denuncia hacia lo que entiendo como falso optimismo y, especialmente, exceso de improvisación y chapucería que nos suele caracterizar.

Algunos centros educativos participan en un proyecto piloto del Departament d’Educació para introducir el libro digital en las aulas. Esos centros pioneros han realizado o están realizando un esfuerzo de infraestructuras importante: cableado, espacio Wi-Fi (internet sin cable), proyector o pizarra interactiva, ordenador del profesor, etc. Los alumnos que participan en la experiencia ya lucen portátil cofinanciado por la Generalitat al 50%; es decir, dinero de nuestros impuestos: 150 euros de ayuda y 150 euros que tienen que sufragar las familias, sala que en este último concepto se añada una ayuda de 75 euros por parte del Ayuntamiento (de nuevo con dinero de nuestros impuestos).

Mi experiencia es la de un profesor que tiene acceso (identificación y contraseña) a la página web de Digital Text y vengo observando que, para mi extrañeza, la mayoría de las unidades didácticas de mi asignatura están en blanco. Un profesora —permítanme que omita su nombre— aprovechó el turno abierto de palabras del orden del día de la última reunión de nuestro departamento (didáctico) para desahogarse en voz alta por ese hecho. Como yo, se trata de una profesora nueva en el centro, y, al asignársele los grupos de 1º de la ESO, se vio envuelta en un nuevo reto profesional: intuyó incluso alguna de las ventajas, como un seguimiento más preciso y cómodo del trabajo de los alumnos, quienes en teoría encontraría actividades colgadas en la red y un control implícito del tiempo que utilizarían para realizar dichas tareas.

La situación actual de verdadera “chapuza” no tiene justificación (mi madre hubiese dicho “perdón de Dios”). Como estamos inmersos en tiempos en que se destapan vergonzosas tramas de corrupción (Gürtel, caso Millet y Pretroria), el abajo firmante DENUNCIA la sospecha de que en esta “movida” del llamado “libro digital” se han generado sin duda muchos intereses económicos y la evidencia de que se ha monopolizado el tema de contenidos didácticos en una única empresa, Digital Text. Esta denuncia solo se basa en sospechas y, especialmente, en los resultados prácticos. Si al final de todo se demostrara que la Administración ha actuado de buena fe, la ineptitud de la empresa contratada revierte en la ineptitud y en lo desafortunado de la resolución tomada.

Como vemos, en el fondo, como en el caso de la profesora, mi denuncia —en este foro virtual— es apenas un desahogo. No creo que estas líneas sirvan para nada, pero me las estaba pidiendo el cuerpo.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Sobre el voseo


La fotografía anterior tiene su valor en el texto, no en la figura. Habrá quien diga que es todo lo contrario; pero, desde el punto de vista semiótico (‘ciencia de los signos’), recurrir en publicidad a un personaje femenino ligero de ropa para vender cualquier tipo de producto ―tabaco, coches, viajes, comida, cerveza…― es, cuanto menos, de mal gusto o simplemente un mecanismo manido, poco original.

La publicidad engaña, “fetichiza” los objetos. En efecto quien beba cerveza se merece no esa pobre chica en bikini: se merece una barriga prominente o un accidente de coche por beber bajo sus efectos.

El voseo resulta un fenómeno lingüístico fascinante. Alguien puede dudar si en lo metalingüístico encontramos esa fascinación, pero creo que sí. El voseo antiguamente era un uso formal del lenguaje. En El Quijote de Cervantes encontramos muchas muestras —por ejemplo, en el habla de Sancho Panza— de referirnos a un receptor único con la forma de 2ª persona… de plural. El equivalente sería hoy la forma “usted” (‘de vuesa merced’, pero gramaticalmente 3ª persona de singular). En su uso americano (por ejemplo, rioplatense), observamos que “vos” acabo sustituyendo a “tú”, con valor de informalidad, de confianza.

El texto de la fotografía nos revela un uso real del fenómeno, pues se utiliza en publicidad. Hay una forma pronominal tónica “vos” y una forma verbal “merecés” (que proviene de la forma "merecéis"), que etimológicamente son 2º persona de plural; pero en la forma pronominal átona siempre fue de 2ª persona de singular (“tuteo”).

***

En realidad yo quería contar un chiste. Para que tenga gracia —y quizás es mucho pedir— hay que contarlo oralmente, imitando acento argentino o uruguayo. Comprobarás que no es buen chiste, pero juro que es invención de un servidor.

«Dos argentinos, hombre y mujer, se extrañan e intentan hablarse por el celular:
Flaca, te quiero, te requiero, sho sin vos no soy nadie. Quiero estar con vos. Y vos, ¿cómo estás vos sin mí?
—Yo sin voz, sin voz, gordo —contesta la mujer—, estoy AFÓNICA».


¿ESO hasta los 18?



Tengo que reconocer que leí con verdadero estupor la noticia que recogía en un especial La Vanguardia, el pasado 30 de octubre (de 2009):

MADRID. (EFE).- El ministro de Educación, Ángel Gabilondo, ha apuntado hoy la posibilidad de que la enseñanza obligatoria llegue hasta los 18 años, que ahora acaba a la edad teórica de 16, cuando termina el cuarto y último curso de la ESO.

No sé si era por la repulsión que siento ante tan brillante idea o porque viene confirmando una teoría en mi experiencia docente con alumnos de bachillerato (ESPO: ‘enseñanza secundaria postobligatoria’).

De entrada parece una medida para maquillar los índices de desempleo (vulgarmente, llamado "paro"), porque, si bien es verdad que parte del abandono de estudios se venía justificando en cierta bonanza económica que absorbía mano de obra barata no cualificada hasta de la inmigración extranjera, en nuestros momentos actuales de crisis económica, solo una buena formación puede ser garantía de empleo. En el pasado reciente, un alumno con o sin la ESO, que accediera al mundo laboral, tarde o temprano obtenía una estabilidad económica. Si además, optaba por estudios profesionales (aunque fueran de grado medio), era el “rey de mambo” (lo que en argot juvenil se dice “el puto amo”). Sin embargo, la opción del bachillerato y según qué carreras, posponía en mucho tiempo el acceso a la actividad retribuida. El índice de paro de los licenciados también era alarmante y sobre todo el invertir tiempo en una formación que normalmente no era útil: conozco compañeros míos de facultad, que cursaron filología hispánica, y acabaron de funcionarios de Hacienda. Y esta peculiaridad es más acusada en épocas reciente. Ahora no: posponer la edad laboral es posponer la tara social del desempleo. Mejor en la escuela, que las listas del INEM: quieran o no estudiar. De la misma manera que es mejor (supongo que más económico y mejor visto) tener escolarizados a alumnos que tenerlos recluidos en centros penitenciarios.

Mi teoría (que supongo que no es nada original) es la de mantener que nuestra sociedad tiende a idealizar la idea de adolescencia. Hubo una época en que nadie hablaba de los niños, porque no existía el concepto de infancia. Ahora ya dimos un salto y nuestros niños se instalan en una adolescencia precoz que perdura en el tiempo. No es nada anormal hoy en día encontrarnos con “adolescentes” de 30 o 40 años, de ambos sexos, que todavía viven con sus padres. Supongo que no podemos echarles la culpa: no hay facilidades para la emancipación juvenil y el independizarse, con o sin pareja; pero percibo que es el “síndrome de Peter Pan” es bastante generalizado. En mis clases he visto alumnos y alumnas de segundo de bachillerato (17, 18 o más años) con actitudes y experiencias que me recordaban por las que pasamos cuando teníamos 12 o 14 años. Los psicólogos inventaron el síndrome citado, pero también propusieron el “síndrome de Wendy”: y es que normalmente emparejado a un niño que no quiere crecer suele haber una madre que aspira a que su retoño no crezca nunca.

Otro ejemplo: escribí una obra con un personaje protagonista juvenil: una historia que concluye con el joven de 18 años que cuenta su historia desde 2º de la ESO. Las personas que no encuentran verosímil a mi personaje precisamente le achacan que hoy en día ningún joven es tan maduro como él. Yo me rebelo, me declaro en rebeldía y afirmo que existen jóvenes (que no simples adolescentes, aunque quizás sean la excepción) para quienes la cabeza es algo más que el corte de pelo con que se adscriben a su identidad de tribu urbana.

Quería concluir mi reflexión con la enseñanza de una alumna de segundo de la ESO, que el pasado viernes (un día antes de la lectura del periódico) me sorprendió en el coloquio de una obra de teatro llamada No em ratllis, sobre el consumo de drogas de los jóvenes. En la escena final, una chica y un chico se gustan inequívocamente. Surgen los nervios del primer encuentro y el chico prepara una sorpresa: irán a la discoteca en la moto nueva. La chica se muere de ganas de ir, pero se percata que el chico ha bebido cinco “birras”. Forzada a elegir, se niega a acompañarlo en moto, porque podría ser accidente seguro.

Los actores preguntaron que harían nuestros alumnos en esa situación. Hubo el típico comentario para dar la nota de humor: la típica parida de adolescente. Entre todas las propuestas escuché, después obtener el turno por la mano levantada: “La chica puede conducir la moto: no ha bebido”.

No pienso revelar la identidad de la alumna, pero si diré que es de etnia bereber, conocedora además del árabe clásico, del catalán, del castellano, con buen nivel de inglés: de lo mejorcito de su clase académicamente hablando. Esa chica, que lleva velo a clase, pensó y además lo hizo en femenino. Mis felicitaciones. Ojalá tenga la suerte de elegir su futuro.

***

En el mismo diario del mismo día, en la sección de La Contra (la contraportada) leí también la entrevista a Lenore Skenazy, a quien le han puesto la etiqueta de la “peor madre de América”. El motivo: dejó ir a su hijo Izzy, de 11 años, ¡solo!, al colegio. Un policía, al verlo solo en el metro de Nueva York, lo detuvo, lo llevo a comisaría y llamaron a su madre. Casi la arrestan a ella.

Quizás esto explica lo anterior. En mi infancia y adolescencia, había bandas juveniles por las calles, pero nos movíamos sin nuestros padres. Participamos en manifestaciones. Recuerdo incluso en el instituto que llegamos a cortar la Autovía de Castelldefels para reivindicar no sé qué de Educación. Juro que no es nostalgia, pero me acuerdo todavía del eslogan: “UCD, UCD, la sotana se te ve”.

Ahora, ya se sabe: lo de la globalización.

This is not America, but…

martes, 27 de octubre de 2009

La importancia de llamarse Ernesto




Siempre me fascinó el siguiente título: La importancia de llamarse Ernesto. Son de esas frases afortunadas que acaban depositándose en tu cabeza, como una musiquilla pegadiza que se rescata del pasado y no puede dejarse de tararear.

Que el nombre de “Ernesto” (cat. Ernest) posea para mí connotaciones afectivas —por motivos profesionales— ahora mayores me llevó a pedir en préstamo de una biblioteca municipal el DVD con la obra de teatro basada en la obra de Oscar Wilde, emitida por TVE, en 1968, y con el reparto de actores y actrices, entre otros, de la talla de Lola Herrera, Francisco Valladares, Alfonso del Real, etc.

Disfruté como un enano (¿está expresión es políticamente correcta?) de una obra de teatro televisiva, en blanco y negro. No pretendo extenderme mucho, pero para simplificar diré que ayuda a entender la comedia y humor ingleses, y, si me apuran, hasta las películas de Woody Allen.

El DVD está presentado en un práctico estuche que incluye un pequeño folleto que no posee ni pizca de desperdicio.

Transcribo literalmente las siguientes líneas (pp. 9-10):

«El título original de la obra esconde en inglés un ingenioso juego de palabras entre el nombre Ernest y el adjetivo ‘formal’ (earnest), que se pronuncia igual en inglés; por ello The importante of being Earnest puede ser entendido por quien lo escucha como ‘La importancia de ser Ernesto’ o ‘La importancia de ser formal’.

Naturalmente, este juego de palabras no puede ser conservado en español, por lo que algunas insinuaciones de la obra se pierden, especialmente la frase final. Algunos traductores, como Juan Gómez de la Serna, han decidido traducir literalmente el título como La importancia de ser formal, pero es más común la anterior.

Lamentablemente, ambas soluciones son imperfectas. La única solución que permite conservar la intención de Wilde es cambiarle el nombre al protagonista y titular la obra, por ejemplo, La importancia de ser Honesto. Esta es la solución que se ha adoptado en la traducción francesa: De l’importance d’être Constant, jugando con el doble sentido del nombre Constant, que también significa ‘constante’ o ‘firme’. En italiano el título conserva el juego de ingenio wilderiano, al llamarse La importanza di essere Franco, porque Franco no solo es un nombre bastante común, sino que también significa ‘sincero’.»
***

Nunca te acostarás sin saber una cosa más.

Un juego de palabras es un ejemplo de función poética. Utilizamos el mensaje no para centrarnos en el contexto sino en el propio mensaje. He aquí el legado de Wilde: “la importancia de lo estético, porque no tiene importancia material”.

¿Cómo hacer un informativo?

Proponemos abrir un debate, dónde exponer mediante la lengua española las diferencias o aportaciones varias referidas a la conferencia de Carlos García Baena, redactor del informativo del mediodia y del ámbito económico.

En cuanto a la lingüística: ¿Creeis que se usa un registro adecuado en los medios de comunicación?¿Como lo mejoraríais?

Y por lo que afecta a la educación en general: ¿Cómo tendrían que ver los niños/as la televisión?¿Cómo los educaríais para ésto?¿Són, los medios de comunicación, una fuente de educación?

Abrimos este foro para que todos y cada uno de vosotros, deis vuestra opinión respecto éste tema.

Os saludamos cordialmente,

Laia y Núria.

miércoles, 14 de octubre de 2009